o los Calzoncillos de Napoleón
Mi abuela Mami heredó de su padre la afición al té que le legó a casi toda su descendencia.
Mis primeras memorias del té son en mi casa: mi madre y hermanas, a veces alguna vecina. Desde muy pequeño era muy natural que mientras los más niños atacábamos el pan con foigras o con chocolate, mi madre atacaba el té. Posiblemente ahí empezaría mis primeras tazas.
Pero cuando realmente le tomé afición fue durante los veranos, que estaba con mi abuela en su casa de más pequeño y en Torremolinos después. Ella hacía del té toda una ceremonia.
Esa ceremonia precisaba de distintos elementos: el cacharro para calentar el agua (no existían los hervidores eléctricos entonces), y que era imprescindiblemente un cacharro específico para hervir agua y no debía usarse con otros alimentos que le dieran sabor; una tetera que estuviera enseñada a hacer té: en las muy raras ocasiones que la estrenar con una tetera nueva la tuvo una noche con un té cargadito para que aprendiese; y, por supuesto, dado que la ceremonia de tomar el té era algo lento era imprescindible un cubretetera para que no se enfriase el té.
Mi abuela, y sus descendientes, siempre hemos llamado a los cubreteteras los calzoncillos de Napoleón. Parece ser que el origen está en que en la casa de abuela cuando era pequeña había un grabado de espadachines con calzas tipo Don Juan Tenorio y que el cubretetera de su padre recordaba levemente a dichos calzones.
Una cucharadita para la tetera y otra para cada uno que venga. El té ella lo tomaba siempre suelto, nunca en bolsas. El té de escapulario no se tomaba salvo que no hubiera otro a mano, hablo del que entonces era normalmente Hornimans y tenía un hilo con la etiqueta, para ser usado en la taza y que realmente parece un escapulario. No se conocían las bolsas de tetera, comunes en Inglaterra como después descubrí y uso actualmente
El rito, además de los objetos para llevar a cabo la liturgia, tenía partes imprescindibles que ella decía con frases que se me han quedado en lo más interior del cráneo:
Déjalo reposar, el té no se toma con prisa. Ahí pisaba firme el consejo: nunca me han gustado las prisas, correr o terminar el primero. Y ese ratito de charla expectante estaba lleno siempre de anécdotas suyas o historias de familia.
Con una rueda no anda un carro. Con esa frase respondía siempre que preguntábamos si había una segunda taza: ¡naturalmente que sí! Todavía conservo la costumbre de tomar dos al menos. Con parsimonia, como debe ser.
A esas frases, que vienen directamente de mi abuela, he de añadir dos de mi madre en este contexto de la hora del té:
Quieres se le pregunta a los muertos. Supongo, siempre he supuesto, que con eso quería decir que a las personas directamente se les pone por delante y se les ofrece. Esa era la respuesta cuando le preguntaba si quería un té cuando iba llegando la hora.
…sssstá fríiiiiio!! (necesariamente hay que figurarse una cara de un bereber saliendo desnudo de un igloo por encima del círculo polar). Esa expresión era una constante (ríanse de las constante de Plank, de Avogadro, la velocidad de la luz o cualquier otra que se dé en la naturaleza) cuando se llevaba la taza a los labios. No importaba que estuviese borboteando aún el agua o el café. Siempre estaba friiiio!
Una obligación para todos los descendientes
Una marca de raza entre los descendientes de mi abuela es la de ponerse los cubreteteras como sombreros. Mi abuela, mi madre, mis tías, muchos de mis primos, mis hermanas, Luisfe, yo mismo o Frank McClusky y Deklan Johns (como adoptados o asociados) y también mis hijos han sufrido de este síndrome incurable.
Siempre ha sido un motivo para reírnos un buen rato, muchas se han quedado para siempre en la memoria y en no pocas ocasiones ha quedado testimonio gráfico: