Lo que aquí se cuenta no es la verdad es, simplemente, mi verdad. O más correctamente mi percepción de lo que se cuenta, las percepciones de un niño muy pequeño que perduran practicamente sin alteración. Son como un brazo o una ceja: forman parte de mi.
Los primeros recuerdos: ¿Cómo me llamo? y la playa
¿Cómo me llamo?
Todavía, cuando escucho mi nombre (Félix) en algunas voces pienso que le falta algo. Es como si a mi hermano Luisfe alguien lo llama Luis, así, solamente Luis. Le falta algo.
Yo me llamaba Luisfelipeifeli y solo poco a poco me fui convirtiendo en Félix. Supongo, pero esa «explicación» no es tan nítida como el cómo me llamaba al principio de mis días, fueron mis tres «madres postizas»: Mi hermana Esther, mi tía Alicia y la Tata-Rosario las primeras que se referían a mi de manera separada, individual.
La Playa
Este recuerdo, tan claro y tan antiguo como el anterior, tiene que ver con la playa. La sensación de que mi hermana Esther o mi hermano Gustavo me bajaran de los brazos en la playa y mis pies sintieran la arena. Algo tan distinto del suelo, de los chinos del patio, de los zapatos… Cada año sigo repitiendo la misma sensación el primer día de playa (al menos!) al llegar.
Y digo que alguno de mis hermanos mayores me llevaran en brazos porque estoy seguro que aquella primera vez que recuerdo, el clan habíamos ido, como después tantas otras veces y de las que sí tengo otros recuerdos de yo haber ido andando, al menos algunos trechos, por el Camino Nuevo. Pero aquella vez, al llegar, alguno me quitó los zapatos (Luisfe fue siempre mi ayuda hasta bastante mayor con los cordones), cuando otro de los mayores me había llevado hasta donde estaba el sitio de las toallas.
Los Segundos recuerdos: Los enfermos, en milquinentos a Madrid, cascarón, mi padre se individualiza…
Los enfermos: «solo hasta la puerta»
Mi hermano Luisfe tuvo una hepatitis cuando tenía cinco o seis años (él, no yo). Durante una eternidad que en tiempo de adultos lo mismo fue solo un mes o un mes y medio yo no podía entrar en la habitación en la que él estaba para evitar contagios.
En esa misma época mi madre estaba en casa, pero también estaba en su habitación en la cama. Tenía que descansar y no podíamos entrar a molestar.
En esa época me acuerdo que iba a las puertas de los cuartos a ver de lejos a ambos y que la casa estaba sola.. con otros cinco hermanos, claro y mi padre, y mi tía Alicia que venía a cada rato, y la tata Rosario. Pero Luisfe estaba malito y aquello no funcionaba bien: Había que verlo de lejos. Después, cuando crecí, aprendí que esa sensación se llama soledad.
Creo que durante esa enfermedad le regalaron «el jefe de bomberos», un coche que parecía una ambulancia pero que ponía «jefe de bomberos». Después nos acompañó a Sevilla y nos dió noches y noches de conversasiones fanstásticas creando aventuras desde las camas.
En Milquinientos a Madrid
Mi maadre un día se puso buena y ya pudimos verla con normalidad
Mi madre era rubia, como la de la foto. Ya no estaba mala y podíamos estar con ella. Mi primer recuerdo induvidualizado y perdurable de ella es que la Tía Laly la metió en un oche, un SEAT 1500 y la llevó a Madrid a casa de la Tía Malela para que se divirtiese un poco después de tanta cama. A mi me tocó en suerte acompañar a ambas en ese viaje desde Málaga.
De ese viaje me acuerdo de dos o tres detalles:
La Mancha. En la Mancha paramos a cenar y tuve que tomar la sopa más asquerosa que uno pueda imaginarse. También recuerdo que aquello debía de ser la casa de un tío canijo que se llamaba Quijote porque había fotos y figuras suyas por todos lados. Después me corrigieron eso: no había sido la casa del Quijote que era alguien de hacía mucho tiempo, sino un restaurante. Un sitio para comer. También recuerdo de esa cena que las personas mayores, mi madre y mi tía en este caso, hablan de cosas que yo no entendía para nada. Era la primera vez que estaba con mayores y aquello de divertido no tenía nada. ¿Donde estaba mi hermano?
La casa de los Milanés. En Madrid haríamos muchas cosas, supongo. Yo de lo que me acuerdo es ir a una casa de unos señores que se llamaban Sebastián y María Milanés. En esa casa no podía tocar nada ni apenas moverme. Tenían en su casa unos coches antiguos de plástico y lata con los que me apetecía mucho jugar, pero que no se podían tocar. Además había uno en una estantería, otro más allá, otro encima del televisor (por ejemplo, no recuerdo los lugares exactos) en vez de tenerlos todos juntos para poder jugar más cómodamente. Además unos eran de un tamaño y otro de otro distinto: sin duda en sus juegos había enanitos para los coches más pequeños y las personas normales usaban los otros. Pero yo no podía tocarlos, solo jugar en mi cabeza con ellos. Después supe que qeso se llamaba fantasear o soñar: cuando no se puede hacer algo con las manos, pero sí en la cabeza. ¡Seguro que Luisfe hubiese sabido cómo jugar con aquellos coches!
Mi padre
Hombre, seguro que yo ya sabía quién era mi padre y qué cara y que voz tenía. Pero el primer recuerdo definido que tengo de él es el día que murió su padre. Nos llamó a los cuatro pequeños, que estábamos en el jardín. No sé decir donde estaban los tres mayores ni mi madre, éramos sólo mi padre, Yolandiolga y Luisfelipeifeli. Cuando nos llamó sacó la silla de boquetitos, la puso en la pared de la casa cerca del callejón grande, cerca de la sombra del chrimoyo. Se sentó en ella y nos sentó a dos en su pierna derecha y a los otros dos en su pierna izquierda. Entonces nos dijo que el abuelo Antonio se había ido al cielo y que íbamos a rezar por él. Y después hicimos eso que después supe que era rezar: decir muchas cosas que para un niño no tienen ningún sentido y que piensa que es imposible que nadie pueda recordar de una vez para otra. Mi padre debía ser un tío muy listo e importante que sabía decir tantas cosas que yo no entendía sin equivocarse.
Nos dió y beso a cada uno y nos dijo que podíamos seguir jugando. De cualquier manera yo no sabía bien quién era el que se había ido al cielo, porque mi abuelo era Papi y yo creía que no se llamaba Antonio, sino como mi hermano.
Cascarón
Reconozco que siempre he sido, y soy, lento de entendederas y un poco perezoso para ponerme en marcha. Alguna vez un jefe mío me definió como un aténtido «motor diésel»: tarda en arrancar, pero una vez en marcha es eficiente y llega lejos sin muchos cuidados.
A lo que voy, fuese por esas dos características que reconozco como muy mías o por otras razones, recuerdo que mis hermanos cuando hacían un juego de todos o de muchos siempre decían «Félix es cascarón». Para mí tan natural era aquello que cuando se planteaban un juego comunal que yo mismo decía «Yo me pido cascarón» en vez de decir «yo las fichas azules» o «me pido Spiderman» (no existía spiderman en nuestros juegos, es un ejemplo!).
Un día supe qué era realmente eso de «cascarón»: no cuenta para nada lo que haga ni lo que diga. A esa sensación con el tiempo supe que se le llama cabreo. ¡Cabreo del siete! Desde ese momento oir esas palabra mágicas de que yo era cascarón era garantía segura de que me daba la vuelta, me iba al rincón y los demás podían dar gracias que yo no supiera qué eran un Kalashnikof o un Bazooka. Vale que yo no sabía las reglas de todos aquellos juegos, pero ¡Hombre! se explican…
Siempre que he oido eso refernte a algún otro niño no he podido evitar sentir una completa empatía con el cascarón a la vez que he intentado que no lo fuese y lo integrasen.