El retrato oficial estuvo siempre en mi casa, colgado en el pasillo o en el cuarto de estar.
Cuando yo tenía unos doce o trece años, un día, estábamos mi padre y yo solos. Era por la mañana y eso no era muy normal. Debía ser un domingo o día de fiesta, es una explicación posiblle para que se diese esa circunstancia. A mi padre le dió por intentar «ordenar» en cuarto de estar y quitar chismes inútiles de por medio. Ese tipo de maniobra para la que, con el tiempo y en elgún libro, encontré el buen nombre de «matanza de bibelots» y que tan necesario es hacer de vez en cuando.
Mi padre me preguntó «¿Me quieres ayudar» y naturalmente le dije que sí, ya que de natural tiendo a sentirme a gusto mejor en cuartos monacales más que a salones versallescos.
Y allí nos estábamos los dos la mar de compenetrados y quitando «chuminadas» y «tonterías» de los muebles, y cada una que retirábamos de enmedio, comentábamos «verás tu madre (o tu hermana fulanita!) lo que va adecir cuando vea que hemos quitado esto». Y nos reíamos e íbamos por el siguiente.
En un momento propuse yo:
-«¿Y por qué no quitamos esa foto de esa mujer que nadie conoce?» Refiriéndome al retrato oficial.
Uy! Qué cara puso mi padre. Se rompió completamente la mágia de la colaboración. Esa cara ya nunca me ha abandonado: sorpresa, indignación, estupor, mil cosas que no sabía nombrar en ese momento, y aún no sé, se plasmaban en aquella cara!
-¿Cómo que esa señora que nadie conoce? ¡Esa es tu madre!
Mil cosas más me diría y ya no me acuerdo, porque las borra y las supera el recuerdo de aquella cara de mi padre ante mi pregunta. Si aún siento un ventilador en el estómago cuando me acuerdo de aquello no es tanto por haber querido quitar una foto de mi madre o ignorar quién era, es por la cara de mi padre: el mundo se le vino a los pies.
Obviamente a partir de ese momento buscaba a la madre «que conocía» en aquel retrato. Mis años me costó ir viendo a mi madre ahí.
Hay dos explicaciones de mi supina ignorancia al respecto de la foto oficial. La primera es que yo a mi madre la conocí siempre «rubia», como cuento en la página de recuerdos. La segunda es una enseñanza que intento recordar cuando trato con mis hijos: intentar explicar y contar las cosas: no dar nada por sabido. Intentar contar hasta los más obvio.
El retrato siempre estuvo por ahí pero yo nunca preguntaría quién era la mujer de la foto (la foto estaba allí, como un cuadro más) y nadie me contó o se referiría al cuadro como «mamá».
Podré contar esta anécdota mil veces, ninguna se acercará a describir la cara de mi padre ante mi pregunta.